Homosexualidad
Al principio de su
vida, el bebé está ligado a su madre de manera simbiótica. Es entonces cuando
cobra gran importancia la figura del padre. Su sola presencia es significativa.
Para Dean Homer,
el rol sexual no es construcción ni elección. Basándose en extensos historiales
familiares y en análisis del ADN de hombres gays, encontró relación entre una
región del cromosoma X y la tendencia homosexual masculina.
Rendimiento
intelectual
Hay una forma de
retraso mental que depende de una alteración hereditaria de un fragmento de
ADN. El descubrimiento del Síndrome del Cromosoma X Frágil en este tipo de
retraso alentó en algunos investigadores la búsqueda de los genes que podrían
portar la inteligencia. Lograron identificar el gen, pero queda aún describir
el mecanismo de esta patología.
Depresión
y ansiedad
Los adolescentes
que viven en áreas superpobladas y cotidianamente presencian escenas de
violencia familiar o callejera tienen más probabilidades de mostrarse
antisociales y de sufrir ansiedad, depresión o enfermedades psicomáticas.
Estos datos fortalecen la idea de la importancia del medio sobre la
personalidad.
Un nivel bajo de noradrenalina
(un neurotransmisor) incrementa la tendencia a cometer
actos de violencia en forma predeterminada. Un nivel alto de la misma hormona
incrementa la tendencia a cometer actos impulsivos de violencia. Otro
neurotransmisor, la serotonina, en niveles bajos causaría
depresión, suicidio, agresión impulsiva, alcoholismo, desviaciones sexuales y
rabia explosiva. En niveles altos, produciría timidez, compulsión obsesiva,
temor y falta de autoconfianza.
Agresividad
Un equipo del
Instituto de Psiquiatría de Londres y otro del Instituto Karolinska de Suecia
realizaron el primer intento de identificar el grado de influencias genéticas y
ambientales en el comportamiento antisocial de niños y adolescentes. El estudio
se realizó en gemelos suecos.
Los hermanos
idénticos comparten el mismo genoma, mientras que los gemelos fraternos
o dicígotos comparten sólo la mitad. Los estudios de
hermanos idénticos son muy útiles para analizar la influencia de ambientes
distintos en un mismo genotipo. Los gemelos fraternos ofrecen
material sobre cómo afecta un mismo ambiente a genotipos diferentes, nacidos en
la misma fecha y criados y educados en la misma circunstancia.
Se encontraron en
ambos hermanos monocigóticos más casos de manía depresiva,
depresión, autismo y bulimia, que entre los dicigóticos.
La agresividad
podría ser heredada, mientras que la educación y el entorno social jugarían un
papel importantísimo en lograr comportamientos no agresivos.
El padre
de la eugenesia
Sir Francis
Galton, científico y explorador, preocupado por los temas de la herencia y la
inteligencia, fue el padre de la eugenesia (buenos genes), teoría que en
nuestro siglo se relaciona con el proyecto nazi de exterminio de seres humanos
de origen no caucásico.
Hoy se sabe que
los genes y contexto son influencias de peso, pero que no determinas el
comportamiento por si solas, y que la manifestación de ciertas enfermedades
neurológicas depende de varios genes más una multitud de factores
ambientales impredecibles.
LA
DETERMINACIÓN GENÉTICA DEL COMPORTAMIENTO HUMANO.
Miguel Moreno Muñoz
Universidad de Granada
Resumen
1. Introducción
Desde que
los abstractos «factores hereditarios» de Mendel fueron conocidos y descritos a
nivel bioquímico como nucleótidos o combinaciones de los mismos formando genes,
la genética ha sido el cajón de sastre donde situar cómodamente el origen y
control de múltiples características, simples o complejas, de la naturaleza
humana. El avance prodigioso de la biología molecular y los últimos desarrollos
en técnicas de análisis y modificación del material genético han proporcionado infinidad
de ejemplos sobre la importancia que tiene el genotipo individual para explicar
la constitución biológica de un ser vivo, sus posibilidades o deficiencias
metabólicas, motoras y cognitivas, así como gran parte de sus reacciones o
comportamientos habituales.
2. La genética de la conducta: origen y desarrollo
La
genética de la conducta, en sentido amplio, ha sido campo de interés para
muchos investigadores desde finales del siglo XIX, cuando Francis Galton
comenzó a plantearse leyendo las teorías de Darwin, primo suyo, sobre la
evolución si la herencia afecta a la conducta humana. Él sugirió algunos de los
métodos más utilizados después en genética de la conducta humana (estudios sobre
familias, estudios de gemelos y diseños de adopción) y llevó a cabo los primeros
estudios sistemáticos con familias que mostraron cómo ciertos rasgos de
comportamiento «se transmiten en familias» (Galton 1875 y 1874).
En
sentido estricto, la genética de la conducta inició sus primeros pasos a raíz
de algunos artículos aparecidos en los años 60, basados en estudios de gemelos
y de adopción, cuyos autores llamaron la atención sobre la importancia que los
factores genéticos podían tener en relación con el coeficiente de inteligencia
(CI) (L. Ehrlenmeyer - Kimling y L. F. Jarvik 1963, por ej.) y algunas
psicopatologías como la esquizofrenia (Heston 1966). Durante los 80, se produjo
un giro total: la antipatía hacia la genética de la conducta humana se transformó
en aceptación. Una encuesta de 1987 entre unos mil científicos y educadores
indicaba que la mayoría había aceptado un papel significativo de la herencia en
los niveles de CI, una de las áreas tradicionalmente más controvertidas. El
cambio se debió en parte a una convergencia amplia de resultados que indicaban
una influencia evidente de lo hereditario en la conducta humana (Plomin1990: 3
Desde
finales de los 80 hasta hoy, el caudal de información genética aumenta exponencialmente,
gracias al trabajo coordinado de miles de científicos en iniciativas como el
Proyecto Genoma Humano y otros muchos proyectos en biomedicina. Se está
avanzando significativamente en el conocimiento de las bases moleculares de
muchas enfermedades sida, cáncer, diabetes... y alteraciones metabólicas, pero
no tanto en el conocimiento de los factores genéticos que explican
Las diferencias
individuales de personalidad, capacidades cognitivas y psicopatologías. Los
genetistas de la conducta reconocen que así están las cosas, seguramente por el
papel tan importante que los factores no genéticos educativos, familiares,
ambiental es tienen en este dominio. R. Plomin, uno de sus representantes más
destacados, insiste además en que «la genética de la conducta proporciona la
mejor evidencia disponible sobre la importancia del ambiente a la hora de
explicar las diferencias individuales
La genética
de la conducta es el estudio de los factores genéticos y ambientales que
originan las diferencias entre individuos. La herencia se refiere a la
transmisión de estas diferencias de padres a hijos. Pero la genética de la
conducta tiene muy poco que decir sobre las causas de las diferencias entre grupos
y carece prácticamente de recursos para explicar, por ej., por qué las niñas tienden
normalmente a realizar mejor las pruebas verbales que los niños o las causas de
la diferencia de altura media entre hombres y mujeres. Hay tres razones para
esto:
1) Las
diferencias entre individuos son sustanciales, mucho mayores que las observables
entre grupos. Además, de poco ayuda conocer el nivel medio de capacidad verbal
del grupo para averiguar el rendimiento en las pruebas verbales de un individuo
concreto;
2) Las
diferencias entre individuos interesan más porque a menudo los problemas relevantes
para una sociedad implican diferencias individuales (por qué unos chicos tienen
problemas de aprendizaje que los demás no tienen, por ej.);
3) Las
causas de las diferencias individuales no están relacionadas necesariamente con
las causas de las diferencias medias entre grupos. Algunas diferencias entre
individuos pueden tener una clara influencia genética, mientras otras serían
inexplicables sin atribuir un papel importante a la educación y a las
condiciones ambientales (Plomin).
Por
consiguiente, atribuir a causas genéticas las diferencias en capacidades
cognitivas entre grupos supone proyectar sobre la genética de la conducta un
enfoque, el grupal, totalmente contrario a sus intereses y metodología,
centrados fundamentalmente en el individuo. 4. La falsa oposición entre herencia y ambiente, entre genes y libertad humana
El
sentido común induce a pensar que ciertas cualidades como la estatura, una
constitución atlética, el talento musical, la inteligencia, etc. son en gran
parte hereditarios. Pero lo cierto es que, a mediados de los 90, esos rasgos no
han sido todavía suficientemente estudiados como para encontrar una respuesta
convincente a su carácter hereditario (Plomin: 8-9). Lo que sí sabemos es que
ciertas intervenciones educativas, ambientales y sociales son importantes y
eficaces para fomentar el desarrollo de estas cualidades, siempre que existan
unas aptitudes iniciales mínimas. Ante la dificultad de observar los caracteres
responsables de la transmisión de los rasgos hereditarios, el conductismo negó
cualquier papel a lo hereditario en la explicación de las diferencias de
comportamiento. Centraba su atención en los estímulos ambientales que modifican
la conducta, más fácilmente observable. El programa conductista pretendía
explicar la conducta de hombres y animales como efecto del entrenamiento
estímulo, respuesta, refuerzo y algunos condicionamientos básicos que se
inician prácticamente con el nacimiento; de ellos hacen depender la
configuración de características individuales como el talento, el temperamento,
la constitución mental y otras (Watson 1925; Skinner 1963).
Las
explicaciones ambientalistas resultan intuitivamente razonables porque damos
por supuesto que el ambiente puede ser modificado, mientras consideramos
inalterable el genotipo individual y todo lo hereditario. Sin embargo, creer
que nada puede ser hecho para alterar los efectos genéticos denota un gran
desconocimiento de cómo funcionan los genes. Los efectos genéticos no restan
libertad individual (excepto en el caso de enfermedades genéticas que provocan
graves trastornos metabólicos, motores o psíquicos); no determinan la conducta.
Las influencias genéticas son precisamente eso: influencias, tendencias,
propensiones (Plomin, ibíd.). La oposición entre influencia genética y libertad
es engañosa, porque nada ni nadie es libre al margen de su constitución
biológica (material) y la libertad del ser humano, desde una perspectiva
individual, se manifiesta siempre dentro del rango de comportamientos que sus
características físicas (genéticas, metabólicas, motoras, sensitivas) y mentales
(capacidades cognitivas, lingüísticas, memoria, etc.) le permiten.
Por otro
lado, el sustrato genético individual no tiene demasiadas competencias para
interferir con las creencias, conocimientos y valores que orientan la conducta
libre de un individuo. Eibesfeldt precisa el concepto de «innato» (sinónimo
hasta no hace mucho de lo no aprendido) definiéndolo positivamente como disposiciones
de comportamiento y capacidades de percepción adaptadas filogenéticamente.
Lo innato no son los modos de comportamiento, sino las estructuras orgánicas
que les sirven de base (células nerviosas conectadas a los órganos de los
sentidos y a los órganos efectores), desarrolladas durante la embriogénesis con
arreglo a las indicaciones químicas de autodiferenciación celular/orgánica
suministradas por el ADN. Estas estructuras proporcionan las primeras
«conexiones estructurales de acción» o conexiones funcionales básicas,
consistentes en unidades elementales de acción: coordinaciones motoras en
tierra y agua, reflejo de succión en mamíferos, reflejo de prensión, ciertas
reacciones de huida o relajación ante estímulos acústicos, térmicos o visuales;
también la asociación de ciertas formas y siluetas con sensaciones de temor, disposiciones
para el aprendizaje, patrones de reconocimiento visual, y un largo etcétera.
Estas unidades funcionales básicas hacen posible, por diferenciación
progresiva, la aparición de acciones, comportamientos y procesos cognitivos de
creciente complejidad (Eibl-Eibesfeldt).
Muchos
creen que la oposición entre herencia y ambiente es un requisito necesario para
que los hereditaristas puedan demostrar la importancia de los factores
hereditarios y los ambientalistas la importancia del ambiente. Pero lo cierto
es que nada podría ser modificado ambientalmente en un individuo nacido «en
blanco», sin las conexiones funcionales básicas sugeridas por Eibesfeldt. Una condición
necesaria para que las intervenciones ambientales surtan efecto es que los
factores hereditarios hayan «hecho bien su trabajo». Y otra condición
imprescindible para que las disposiciones hereditarias se manifiesten es que el
ambiente contribuya a su desarrollo y diferenciación. Por esta razón, la
etología y la genética de la conducta proporcionan elementos no para negar la
libertad humana, sino para mostrar el sustrato que la hace posible.
Por
consiguiente, libertad significa no ausencia de causa, sino autonomía. El
desarrollo de la corteza cerebral (corticalización) y la diferenciación de
tareas entre los dos hemisferios (lateralización) parecen haber jugado un papel
importante en la humanización de la vida impulsiva, haciendo posible el control
de la conciencia sobre tendencias desencadenantes instintivas. Estos y otros
factores, mediados por el lenguaje y la cultura, han hecho del hombre un ser
cultural por naturaleza (A. Gehlen), cuyo decurso de acción encuentra más
límites en las normas y restricciones culturales que en su propia biología. La
genética de la conducta ha intentado precisar el influjo de lo hereditario en
el comportamiento, más allá de este nivel instintivo elemental.
5.
Importancia de los factores genéticos en las diferencias entre individuos
Los
investigadores en genética de la conducta entienden que los factores hereditarios intervienen,
y bastante, en muchas conductas complejas, incluyendo capacidades
cognitivas,personalidad
y psicopatologías, por ej.: Coeficiente
de inteligencia: Ha
sido, con diferencia, el rasgo más estudiado en genética de la conducta.
Por
inteligencia se entiende aquí aquello que miden las pruebas (cuestión aparte es
si la
inteligencia puede ser
medida por las pruebas [Gould 1981; Lewontin 1987]). El conjunto de los datos
obtenidos con
diferentes métodos (estudios de adopción, con gemelos idénticos, etc.) apuntan
hacia una heredabilidad
del CI en torno al 0,50. Esto significa que
las diferencias genéticas entre los individuos darían
cuenta aproximadamente de la mitad de las diferencias en la capacidad de los
individuos para realizar
las pruebas (Plomin: 68 -75). El
ambiente y los errores de cálculo aportarían la mitad restante.
Creatividad
Definida
normalmente como «habilidad para pensar divergentemente, en lugar de adoptar las
soluciones clásicas o habituales a un problema», su heredabilidad se estima en
torno al 25% como mucho.
Pero parece que en este caso la influencia del
entorno compartido es mucho más decisiva que los
factores genéticos (Canter 1973).
Dificultades
para la lectura:
Al menos
un 25% de los niños tienen dificultades para aprender a leer. En
algunos existen causas específicas como retraso mental, daño cerebral,
problemas sensoriales y carencias
culturales o educativas. Pero otros muchos niños sin estos problemas encuentran
también dificultades
para leer, y algunos estudios sobre familias han puesto de manifiesto que otros
parientes tenían
esta discapacidad. Se han
propuesto estimas del 30% para la influencia de lo hereditario en este rasgo.
Retraso
mental:
Hace
referencia a una capacidad intelectual por debajo de lo normal, concretamente a coeficientes
de inteligencia inferiores a 70. Es grave si el CI no llega a
50, y leve o familiar si está entre 50-70. Entre
sus causas se incluyen factores genéticos poco frecuentes anomalías
cromosómicas como la
trisomía del 21 y desórdenes monogénicos como la fenilcetonuria u otros que
originan procesos
degenerativos así como
factores ambientales (complicaciones al nacer, enfermedades en la infancia
y deficiencias en nutrición). Los hermanos de individuos con retraso
mental leve manifiestan,
estadísticamente, cierto retraso mental; pero los hermanos de individuos con retraso mental
grave suelen
dar un CI normal. Esto indica que las causas del retraso mental ligero o leve
no son
congénitas.
Personalidad:
Diferencias
entre individuos en cuanto a emocionalidad, niveles de actividad, sociabilidad
y otros muchos rasgos han si do
también objeto de estudio. Las conclusiones másimportantes
de un amplio estudio indican que casi todas las destrezas cognitivas muestran
una influencia
genética apreciable y que la influencia del entorno, después de la infancia, es
ante todo de la variedad no
compartida (las experiencias de los individuos en la interacción con el
ambiente no coinciden).
Los estudios sugieren una heredabilidad del 40% para la emocionalidad y del 25%
para los niveles
de actividad y la sociabilidad (Loehlin y Nichols 1976).
Extroversión
y neurosis:
Son
considerados dos rasgos importantísimos de la personalidad. La extroversión
incluye dimensiones como la sociabilidad, impulsividad y animosidad. La
neurosis incluye
melancolía cambios bruscos de humor, ansiedad e irritabilidad. Es
una dimensión amplia de la estabilidad
e inestabilidad personal, no exactamente de tendencias neuróticas. Estudios
sobre unos 25.000
pares de gemelos les atribuyen una heredabilidad media de 0,50 (Henderson 1982)
Otros
rasgos de la personalidad:
En menor
medida (1 ó 2 estudios por rasgo) se dispone de datos sobre la
heredabilidad de la rebeldía, la empatía, la desconfianza, la anomía y la
búsqueda de sensaciones
(sic). Todos
muestran alguna influencia genética y a menudo indicios de varianza genética no
aditiva. Se han establecido también correlaciones sobre la heredabilidad de
rasgos aún más sorprendentes:
sentido del bienestar (0,48); capacidad de liderazgo o de acaparar la atención
social (0,56);
capacidad de trabajo (0,36); intimidad/retraimiento social
(0,29); conductas neuróticas como reacción
al estrés (0,61); alienación (0,48); conducta agresiva (0,46); prudencia,
entendida como actitud
de precaución ante los riesgos (0,49); tradicionalismo, entendido como
aceptación de las reglas y respeto
a la
autoridad (0,53); imaginación (0,61). En conjunto, darían una heredabilidad
media de 0,49
(Tellegen y otros 1988).
Psicopatologías:
La esquizofrenia ha sido
una de las más estudiadas. Se han propuesto correlaciones para la
propensión a la esquizofrenia alrededor del 0,85 para gemelos idénticos, 0,50
para gemelos fraternos
y del 0,40 para parientes de primer grado. Según esto, la heredabilidad de la
propensión
a la esquizofrenia
sería alta, quizás mayor del 70% (Plomin 100-103). De
momento, no ha sido confirmadala
existencia de un marcador genético relacionado con la esquizofrenia en el
cromosoma 5.
Para la depresión se ha
sugerido una heredabilidad parecida.
En
resumen, para los investigadores en genética de la conducta parece
incuestionable la influencia
extensa de los factores genéticos en múltiples facetas de la conducta humana,
desde el CI hasta las
psicopatologías. En opinión de Plomin, «la influencia
genética es tan ubicua y generalizada que es
preciso un cambio de énfasis: preguntar no por lo que es hereditario, sino por lo
que no lo es». Pero el
mismo autor considera estos datos la mejor evidencia disponible de la
importancia que tienen los factores
ambientales en el comportamiento. En este sentido, la genética de la conducta
habría hecho importantes
aportaciones a nuestra comprensión de lo que recibimos del exterior, no sólo de
la
naturaleza.
No obstante, queda una cuestión pendiente: la genética
molecular, a pesar de sus avances espectaculares,
no ha confirmado estos resultados. Y las razones tienen mucho que ver con la
metodología
utilizada para su obtención.
Las
aportaciones de la genética de
la conducta no deberían ser identificadas con los resultados de la
genética molecular. Cuando se desconocen los procesos básicos mediante los
cuales los genes ejercen
su influencia sobre la conducta, se tiende espontáneamente a creer que los
genes influyen directamente en
nuestro comportamiento, es decir, «codifican conductas». Pero la cosa es algo
más compleja.
Podríamos diferenciar dos presentaciones del problema: una más simple, de la
cual circulan infinidad
de versiones «simplistas», y otra más compleja,
menos habitual y no siempre tenida en cuenta
por quienes hacen una presentación «pedagógica» de la relación entre genes y
conducta.
CONCLUSIONES:
1ª.
Aunque espontáneamente se utiliza a menudo la expresión «genes
para algo»--literatura inglesa--o « genes de
algo »--castellana--(por ej.:
«genes para/de la altura», «genes para/de la esquizofrenia»),
sería más
exacto hablar de influencias genéticas sobre las diferencias individuales en altura,
en el comportamiento del esquizofrénico, etc.
Normalmente,
cuando se habla de las bases genéticas
de una enfermedad estamos aludiendo a «genes asociados al cáncer de mama» o
«implicados en la
enfermedad de Alzheimer», por ejemplo. En cualquier caso, debe quedar claro que
las evidencias disponibles
hasta el
momento no justifican el hablar de «genes para la conducta». Más taxativamente: no
existen «genes de la conducta», como tampoco hay «genes para la belleza» ni
«genes para la capacidad
atlética» (Plomin 1990: 20). Los genes son estructuras químicas que sólo
pueden codificar secuencias
de aminoácidos, las cuales interactúan con todos los componentes celulares,
orgánicos y estructurales,
e indirectamente pueden afectar extremos tan complejos como la conducta; pero no hay genes
para un tipo de comportamiento
particular.
El
alcoholismo ilustra perfectamente el problema:
Algunos
estudios sugieren que hay factores genéticos implicados de algún modo en el
alcoholismo;
pero esto
no significa que exista un gen que induce a su portador a consumir grandes
cantidad
es de alcohol.
Puede ocurrir que los factores genéticos influyan sobre la sensibilidad
individual al alcohol, de manera
que algunos necesiten beber más para «colocarse», y que por esa razón tengan
una mayor propensión
al alcoholismo (Plomin 1990: 21) (17).
Pero la
única intervención razonablemente eficaz para
prevenirlo y curarlo es y seguirá siendo de tipo ambiental.
2ª. Todos los
efectos de los genes sobre la variabilidad individual
son indirectos, y
representan los
efectos acumulados de las proteínas que difieren de una persona a otra, y que
interactúan a su vez con el
entorno intra/extracelular. En este sentido, los genes
no determinan la conducta. De lo
que estamos hablando es de una
conexión probabilística entre factores genéticos y diferencias de comportamiento
entre
individuos (Plomin).
3ª. Todas
las enfermedades del ser humano pueden considerarse resultado de la interacción
entre el
genotipo peculiar de un individuo y el
entorno. Pero en algunas afecciones, las alteraciones en un solo
gen determinan por sí
solas, sin necesidad de estímulos ambientales extraordinarios, la
aparición
de rasgos fenotípicos; me refiero a las enfermedades hereditarias monogénicas o
de herencia mendeliana.
Pues bien, incluso en estos casos, sus efectos sobre la conducta son también
indirectos. En la
fenilcetonuria, por ej., se produce un retraso mental grave porque el ADN de
esta versión alterada del gen
codifica una enzima defectuosa, incapaz de
metabolizar la fenilalanina, sustancia muy común en una
dieta normal. La fenilalanina se acumula y en grandes cantidades resulta dañina
para el cerebro en
desarrollo, provocando un retraso mental profundo. Pero una cosa son las bases
genéticas de enfermedades
hereditarias, indudablemente deterministas en bastantes casos, y otra muy
distinta las bases
genéticas de la conducta, donde entre genes y fenotipo media una tupida red de
relaciones e interacciones.
Si en el primer caso las mejores terapias disponibles por
el momento son ambientales (una
dieta baja en fenilalanina, mayores esfuerzos educativos y régimen de vida
equilibrado), con más razón
habría que confiar en la eficacia del ambiente, la educación y la atención
continuada para corregir
los problemas de
conductas influidas genéticamente (Goldstein
y Brown).
4ª. Se
han localizado unos dos mil genes cuyas alteraciones pueden interrumpir el
desarrollo normal de
un individuo y ocasionar efectos en el fenotipo. Sin embargo, no se conoce un
solo gen individual que
dé cuenta de una porción significativa de las diferencias individuales en
ningún tipo de conducta
compleja. Esto no sorprende a los investigadores en genética de la conducta,
puesto que sólo en el
movimiento normal de una bacteria están implicados más de 40
genes, y una mutación en cualquiera
de ellos puede alterar seriamente su capacidad motora. Es fácil imaginar el
elevado número de genes
que intervendrían hasta en las conductas más simples de un ser humano. En este
contexto, poligenia significa que las
variaciones normales de la conducta están influidas por muchos genes, cada uno de
los cuales contribuye aportando pequeñas porciones de variabilidad a las
diferencias de comportamiento
entre individuos; y pleiotropía recuerda
los efectos múltiples e indirectos
de un mismo gen
en diversos comportamientos.
5ª. El
cerebro humano contiene más de 50.000 millones de neuronas, cada una capaz de establecer
entre 1.000 y 10.000 conexiones (sinapsis) para intercambiar señales con las
demás. En cada sinapsis hay un
millón de moléculas neurotransmisoras que podrían afectar a la neurona. Esta complejidad
hace muy improbable el hecho de que las diferencias entre individuos en su
actividad neuronal
estén significativamente determinadas por la acción de un único gen individual,
o por la de unos
pocos. Cualquiera de los genes implicados puede alterar el comportamiento de un
individuo, pero el rango
normal de variaciones en la conducta está probablemente orquestado por un
sistema de muchos
genes, cada uno con efectos pequeños,
así como por influencias ambientales. Se heredan siguiendo
los mecanismos hereditarios descubiertos por Mendel, y en su transcripción y
traducción responden
a las reglas de la genética molecular. Pero los efectos de las influencias
poligénicas sobre las
diferencias de conducta entre personas no son menos genéticos de lo que puedan
serlo por la acción de un gen
individual. Lo que sucede es que sus efectos son mucho más complejos e implican
más dominios
que el genético, como podía esperarse, dada la complejidad
de la conducta en mamíferos superiores
(Plomin 1990).
6ª.
Finalmente, es preciso tener en cuenta otro factor importante: la población.
Cuando se habla de
influencia genética en la conducta nos referimos a la asociación entre las
diferencias genéticas individuales
y las diferencias de comportamiento entre los individuos dentro de una
población dada.
Las
estimaciones sobre la influencia genética no son constantes, sino estadísticas:
describen a una población
dada. Si la población cambia genética o
ambientalmente cambian los resultados. Es obvio que la
educación y los medios de comunicación pueden inducir cambios de conducta y
capacidades en la
población. Si tales cambios tuvieran el efecto de igualar las oportunidades
educativas, las diferencias entre los
individuos se harían cada vez más pequeñas. Continuarán existiendo diferencias
genéticas, entre
otras razones porque los flujos migratorios introducen variaciones genéticas
dentro de una población.
Pero la persistencia de diferencias genéticas no
resta
eficacia a las acciones educativas y ambientales,
tendentes a reducir las diferencias entre individuos. Sucede lo contrario:
consideramos modélicas
aquellas intervenciones educativas (sanitarias, de protección social, etc.) que
contribuyen a incrementar el
rendimiento, aprendizaje, niveles de salud o autonomía dentro de una población,
a pesar de las
diferencias iniciales genéticas, familiares, económicas o sociales entre sus individuos.
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